Fuente original El autor es psicólogo y psicoterapeuta
@MiguelEspeche
(Una) foto muestra a un hombre que se pinta los labios. Forma parte de la información sobre una campaña contra la violencia de género, en la que se propone a los varones pintarse los labios un determinado día porque, según dicen, "cuando uno se los pinta, deja caer su hombría, mal llevada adelante". Según esta hipótesis, el gesto permitiría la toma de conciencia del varón y evitaría así que ejerza la violencia sobre las mujeres.
Una lectura posible sobre la cuestión es que los varones son tan malos que, para dejar de ser malvados, deben feminizarse. De hecho, muchas veces en el discurso en contra de la violencia de los hombres contra las mujeres se cuela esta idea, que viaja sin pagar boleto sobre las mejores intenciones, que propone la dilución de lo masculino como herramienta contra toda violencia de género.
El tema es que los hombres no son malos por ser hombres. Y la violencia (que sí es mala) tiene que ver, en el caso de la violencia en las parejas, con una idea de la vida (a la que suscriben varones y mujeres de distinta manera) que se llama machismo.
Un hombre, para no ser violento, no debe diluir su identidad de varón, sino que debe honrar su hombría profundizándola. De hecho, el machismo es el fracaso de la hombría y, sobre todo, el fracaso de la noción de vínculo y de la vivencia del amor.
Mientras que el amor ilumina, conmueve, convoca y tercia en la relación de a dos, gravitando desde la atracción, el machismo anexa, somete, domina y golpea cuando no logra que alguien sea una mera extensión de aquel que se considera más fuerte y, por ello, con derecho a cualquier desmán.
Hay un machismo subrepticio en la idea de que hay que feminizar al varón para evitar la violencia de
género, ya que es de por sí violenta la idea que se deja traslucir en esta propuesta. Una idea que dice que ser varón es ser dominante, golpeador, violento y malvado, y que si se castra al hombre al menos un rato nacerá a la realidad de la virtud posible, pero a costa de que ya no haya dos para amarse desde lo distinto y complementario. Así las cosas, solamente es posible el respeto, la concordia y el amor con la propia imagen en el espejo, no con el diferente. Como se ve, la cosa es complicada cuando uno se adentra en los mensajes que subyacen en algunas iniciativas, que son parte de cierta confusión reinante respecto de las cuestiones llamadas "de género".
Describir algo o a alguien a partir de sus defectos es, por lo menos, injusto. Definir a los hombres y a las mujeres por su versión distorsionada y perversa genera un estado de batalla en lugar de generar alianza, confianza, afecto y vivencia de compañerismo entre varones y mujeres.
No siempre luchar contra el mal es generar el bien. No hay manera de "luchar" contra la violencia si no se promueve la paz ante todo. Y en lo que hace a relaciones entre hombres y mujeres, abolir la diferencia es violento, castrador, absolutista, pero en versión cool y políticamente correcta.
Hombres y mujeres pueden ser buena gente o no, por causas que no necesariamente tienen que ver con el género. Es la idea de dominación, de manipulación, además de la noción de que el más fuerte gana y somete al más débil, la que debe ser cortada de raíz. Esa idea habita en la zona más lamentable de nuestra cultura y se cura con la promoción de valores de concordia, de dignidad, de ley y de buen amor, usando innumerables ejemplos de vínculos en los que las diferencias no son motivos de violencia, sino de todo lo contrario.
Insistimos: no hace falta ser "iguales" para no ser violentos. El secreto está en aquello que intermedia entre los diferentes: si el amor? o el espanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario