*Este artículo no se refiere al sufragio femenino
Publicado en facebook, el miércoles, 13 de junio de 2012
A ver, pongámonos serios por un momento. Para empezar debo decir que vivo una vida ocupada por actividades propias de mi oficio y de mi profesión. No ando "de revoltosa", no he pertenecido ni pertenezco a ningún partido y esta nota no tiene la intención de convencerte de nada. Sólo te ofrece la opinión de alguien que se considera una persona con cierto grado de preparación y con cierta capacidad de análisis y raciocinio.
Crecí en una familia que cada seis años acostumbraba votar por el único partido que “era el bueno” (léase PRI) porque votar por los demás “no tenía ningún caso”.
Conforme fueron transcurriendo mis años en este planeta, comencé a observar carteles en las calles con propaganda de otros partidos (hasta entonces supe que había otros, hoy hemos avanzado hacia una pluralidad de opciones). Y el que más recuerdo es uno del desaparecido PSUM, pues me pareció simpático que el logo tuviera un gallito, mismo que relacioné directamente con la primera carta de la lotería Clemente Jacques que algunas noches jugaba con mi madre y con mi abuela.
En mi casa nunca se habló de política más allá del eco de las noticias televisivas aprendidas por mi familia con la misma ausencia de malicia que tienen los loros.
Cumplí 18 años en 1994, pero no fue sino hasta el año 2000 cuando, armada de mi credencial de elector con fotografía (antes no eran así), pude ejercer mi poder ciudadano, y no nada más con el voto, sino como funcionaria de casilla. Experiencia que repetiría seis años después.
Como toda “primera vez”, disfruté enormemente la muy pesada tarea de recibir a los votantes, revisar su credencial, buscarlos en el padrón, entregarles sus boletas y entintarles el dedo. Además de contar los votos, custodiar en mi casa días antes el material electoral y llevar el paquete a la sede con todas las precauciones. Fui testigo presencial de la llegada de la alternancia en el 2000 (triunfo del PAN por primera vez en más de 70 años) y del fraude electoral más grande luego del de Carlos Salinas (ésto significa que en aquél entonces el PRI le robó la presidencia al PRD, y en 2006, el PAN al PRD).
Me tocó escuchar los reclamos y quejas por todas partes: el PAN no había ganado por segunda vez. Había mucha gente arrepentida de haber votado por Fox en el 2000: grandote y güerote, dicharachero y bonachón, una gran presencia física ante los demás mandatarios del mundo…pero inepto y mangoneable. Entonces el PRI se había convertido en la principal oposición después de haber gobernado el país durante más de siete décadas, y el PRD continuó con su fama de rebelde sin causa, escindido y eternamente demagógico.
Para el 2006 el panorama político no prometía gran cosa si llegaba otro gobierno panista al poder, así que, luego de haber gobernado la ciudad de México como Jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador se perfiló como el candidato de la izquierda, ante un Cuauhtémoc Cárdenas deprimido y cansado de necear más de dos veces en su búsqueda por la presidencia.
El gobierno de López Obrador en el D.F., aunque no exento de escándalos por parte de varios miembros de su partido, fue un gobierno que posicionó a la Ciudad de México como una de las mejores ciudades en desarrollo a nivel mundial. Inició medidas que muchos calificaron de populistas –peyorativamente- sin entender que su estrategia de “Primero los pobres” era políticamente su mayor arma, pues lo que sobra en esta bendita tierra son justamente (votantes) pobres.
Al saber que esa gente pobre (mucha) ya seguía al candidato y su partido, sus adversarios iniciaron una campaña de desprestigio y manipulación de la información por medio de la televisión (siempre al servicio del más poderoso) y de otros medios de comunicación; acuñando el inolvidable lema de“Andrés Manuel es un peligro para México”, en donde lo comparaban con dictadores de izquierda como Fidel Castro y Hugo Chávez, por ejemplo.
La simple idea de un gobierno dictatorial, autoritario y violento, asustó a la gente que suele creer ciegamente lo que dicen los medios, aunque no hizo mella en sus principales seguidores, que apostaban a un nuevo cambio para el periodo presidencial siguiente.
Insisto, la izquierda se encontraba, al igual que todos los partidos, dividida y contaminada por la corrupción y el hambre de poder. Incluso llegó un momento en que el nombre del PRD era sinónimo de política sucia. Para lanzar a López Obrador como un candidato con posibilidades, hubo que hacer un gran esfuerzo por limpiar sus filas con un éxito apenas bien librado. Sin embargo, la popularidad del tabasqueño había crecido ya tanto, que oleadas de seguidores conversos, le seguían a todos lados y le otorgaban su voto en aquél julio de 2006.
Con una votación cerrada, pero descaradamente manipulada, Felipe Calderón se colgó la banda presidencial aquél año, dejando en los simpatizantes de Obrador un muy mal sabor de boca y muchos sentimientos encontrados; algunos optaron, como corderitos, por aceptar la noticia en medio de tanta polémica: Obrador seguía exigiendo el conteo voto por voto, mientras en los medios ya se le llamaba sin más averiguaciones “Presidente Calderón”. No había mucho por hacer.
Los más aguerridos, sin embargo, clamaban por la toma de las armas, sabían que por las buenas, el PAN no iba a dejar Los Pinos, y menos teniendo en la Silla a un mandatario cuya primera tarea, después de instalarse en su nueva casa, fue (literalmente) “declararle la guerra al crimen organizado”, medida que muchos mexicanos aplaudieron movidos más por un sentido de venganza que de justicia; pero que muchos otros temimos nada más de imaginarnos al ejército en las calles como en los peores momentos de las dictaduras de derecha en Sudamérica. (Ejemplos como Chile y Argentina pueden dar cuenta de que el poder del ejército en aras de establecer el orden, no es otro que el de sembrar el terror y cosechar un fantasma de miedo que se instala en las personas, y que se queda a vivir ahí, como un habitante más, tan invisible que pareciera no existir.)
Y así fue… sin más, el ejército salió a la calle, y si tú vives en lugares relativamente seguros como la Ciudad de México, te será difícil de creer que la tal Guerra contra el Narco fue una decisión arrebatada y loca que trajo consigo un aumento inverosímil de violencia... pregúntale a gente que vive en los estados dominados por el narco, no son pocos. Quizás eras un niño o una niña cuando en los noticieros comenzaron a circular cada vez con mayor frecuencia, notas de balaceras, secuestros, torturas y asesinatos. Tan frecuentes comenzaron a ser, que se convirtieron poco a poco en parte de nuestra cotidianeidad. La nota roja en los periódicos mezclada con cuerpos desnudos de mujeres proliferó y se volvió pronto una parte infaltable de la vida de todos los días. La televisión siguió produciendo programas y telenovelas con la misma fórmula de siempre, fórmula que nos dice “lo que es un hombre, lo que es una mujer (la imagen de ésta última enfatizada como perversa, asesina, mala, peligrosa, objeto sexual más que nunca); lo que es ser rico, lo que es ser pobre, lo que es ser bueno y lo que es ser malo”. Poco a poco fueron desapareciendo los programas de comedia (reír es un acto crítico que no puede permitirse a una población que debe creer sólo una forma de ver la vida) y fueron aumentando los comerciales que anunciaban medicinas (fomentando el miedo en la gente y la hipocondriasis). Todo esto, al mismo tiempo que en la juventud iban cobrando mayor arraigo los ritmos de música de banda y de reggaetón, mismos que a través de sus letras y estilo de vida, fomentan esquemas de convivencia cargados de estereotipos sexuales y de violencia simbólica.
Se aumentó el espacio destinado a programas que fortalecieron las creencias del catolicismo, sobre todo aquéllas vinculadas a la culpa, el sacrificio, el perdón de los pecados, el moralismo, la idolatría y la fe en los milagros (La Rosa de Guadalupe, El Pulso del Papa, A cada quien su santo, entre otros). También regresaron los talk shows que propician el encono y el enfrentamiento entre iguales, la incomunicación, la guerra en medio de un ambiente de aparente espectáculo, risas y una falsa idea de la justicia y de la moral (¿les suenan los nombres de Rocío Sánchez Azuara y “la señorita Laura”?)
Y mientras, mucha gente era adormecida de nueva cuenta, escuchando los discursos y mensajes presidenciales que ensalzaban la labor del ejército (aún con todo y sus abusos), que hablaba en términos de “bien y mal” como si la vida fuera un melodrama, aferrado en que lo que el gobierno hace “está bien”, diciendo que está de parte “de los buenos” (con lo que la gente “buena”, por supuesto, se identificó siempre), negando, intimidando, fingiendo demencia, mostrando absoluto cinismo ante los casos de corrupción de su gobierno, simulando que “todo está bien”.
Mucha gente se compró el discurso, pero otra gran parte del pueblo, muchos pobres, muchos, seguidores de López Obrador, permanecían con ganas de hacer una revolución armada, enfrentarse al ejército que ya estaba ahí, dispuesto a la batalla campal contra quien fuera a solicitarlo.
Ya después que fue ridiculizado hasta el cansancio, cuando en todos lados se hizo burla de la palabra“complot” que tanto defendió el tabasqueño, éste optó por serenar los ánimos de su gente y organizar una campaña que duraría los seis años de gobierno de Calderón: visitando todos los rincones de la República Mexicana, rodeándose de gente preocupada por la reestructuración del país, que seguía enriqueciendo sólo a una clase social, dándole placebos a otra, y aumentando considerablemente a la clase pobre. A ésta organización le llamó “Gobierno Legítimo”, y una de sus primeras acciones fue un plantón que duró meses, a lo largo de una de las principales avenidas de la Ciudad de México: la avenida Reforma.
Ahí vivieron varios de estos simpatizantes más radicales y belicosos. Durante ese tiempo, que logró enloquecer la vialidad y fue pretexto de acción para delincuentes menores y rumores que arengaron el odio contra el partido y contra el también conocido como “El Peje”, esa parte de la ciudad parecía una obra negra, se “afeó” una de las calles turísticas más bellas del D.F., afectando a negociantes y a cientos de personas que habitaban o trabajaban en zonas aledañas.
Sin embargo durante ese tiempo, se gestó un proyecto que recopiló en mesas de trabajo, asambleas, discusiones y actos artísticos, las acciones más urgentes de atender en los años subsecuentes al gobierno de Felipe Calderón.
El que los miembros más combativos del movimiento de izquierda, permanecieran estorbando la vida cotidiana de los habitantes de esa zona del D.F., impidió la lucha armada, a todas luces, inminente.
Luego de seis años más, en 2012, Andrés Manuel López Obrador se postula nuevamente a la presidencia de la República después de recuperar una buena cantidad de militantes, sumar otros, trabajar al lado de gente preparada y por qué no decirlo, también al lado de muchos otros que sólo piden un “hueso”. Ha conseguido elaborar un proyecto de nación con asesorías profesionales, y con muchas propuestas viables. Es el único candidato que tiene pensados los nombres de las personas que ocuparían los principales cargos de su gabinete, ya que sabemos que no es el presidente el que gobierna al 100%, sino que cada secretaría debe contar con un funcionario altamente capacitado y comprometido con su trabajo.
Actualmente ha comenzado de nueva cuenta la misma estrategia: la llamada “guerra sucia” en los medios de comunicación. Se sigue alentando al pueblo a odiar a Andrés Manuel diciendo que es un rencoroso con sed de venganza. Se trata de hacer un manejo como si fuera a establecer una dictadura… aunque siendo honestos, la dictadura se nos viene muy lentamente desde hace doce años(manipulan lo que debemos pensar, decir, hacer desde el gobierno)Hoy el poder de la gente, de las redes sociales, de la juventud, se manifiesta porque tieneconocimiento de esta historia y no quiere volver al priísmo. Porque no es verdad que es un PRI diferente que el de antes, pues sigue valiéndose de medidas represoras, al igual que el PAN para imponer su autoridad. Hay mucha violencia, cada vez más, y mucha hipocresía, se sigue insistiendo en que todo está bien y hay prosperidad desde los gobiernos panistas. Quizás la haya, pero sólo para unos cuantos, sólo temporalmente, sólo aparentemente.
Andrés Manuel López Obrador y un gobierno de izquierda no van a resolver en 6 años, quizás ni en 12, todo el tiradero que han dejado antiguos gobiernos. Seguramente la mitad de las promesas de campaña quedarán sin posibilidades de ser cumplidas, yo tampoco creo en milagros ni en Mesías. Su discurso político es un discurso más, lleno de belleza (quizá sea el más lleno de falsas esperanzas, ya que sabemos que si gana, no la tendrá nada fácil). Sin embargo en lo que sí creo, es en la férrea voluntad de él y su equipo de cumplir cabalmente con lo ofrecido, lo cual no sucede con los otros candidatos, que, una vez montados al poder, enfermarán de Alzheimer, como nuestro actual presidente, y se sumarán de nuevo al discurso de que “todo está bien”. Ya están acostumbrados, tienen colmillo en cómo engañarnos.
Yo votaré por López Obrador y si gana le exigiré que cumpla lo prometido. Le criticaré sus fallas como a cualquier mandatario, le daré el beneficio de la duda porque todo cambio, por muy doloroso, siempre conlleva a algo bueno. Será un camino duro, pero confío en que el poder de los ciudadanos se imponga ante el poder de los otros dos partidos que son grandes mafias: el PAN que ya ha vendido la presidencia para que regrese de nuevo el PRI, y éste último que con toda la influencia y poder del peor presidente de los últimos tiempos (alias “El innombrable”), se cree que ya tiene el gobierno en la bolsa.
Por eso apoyo el voto por la izquierda. Porque no me gusta que insulten mi inteligencia, por conocimiento de la historia, por humanismo y por dignidad.
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