domingo, 24 de abril de 2016

Primavera Violeta 2016

Lamentablemente tengo mucho que compartir este día. He sido una mujer constantemente acosada en todos lados. Mis jefes hombres, que han sido pocos, me han coqueteado, TODOS, hasta los más respetables. Algunos maestros también, unos más sutilmente, otros más abusivos. Mis jefas, casi todas, han entrado en competencia conmigo así, de la nada, de la envidia que pareciera ser natural entre mujeres, cuando no lo es. La envidia entre mujeres es cultural, y es descarnada.

Como heterosexual, me ha costado encontrar una pareja a mi altura: un hombre que guste de mi físico, pero que valore mi compañía, respete, apoye y comparta mis logros, espere lo mismo de mí hacia él, y tengamos logros comunes, como equipo. Todos se han quedado en lo primero.

 Tengo pocas amigas mujeres, valiosísimas, pues sólo se han quedado a mi lado aquéllas que no compiten: colaboran; no envidian: comparten, no celan a sus maridos: están seguras de ellos y de sí mismas.

En la calle, ni se diga: restregones de pene en las nalgas, o en el brazo si vengo sentada, fotos al escote, palabras groseras irrepetibles, o ‘bien educadas’ como “¡Qué bonitas piernas!”, lo cual en vez de provocarte un “Gracias”, te saca de onda porque traes traje sastre y la falda te llega abajo de la rodilla. Por su parte, las mujeres marcando territorio, casi orinando al hombre para que sepa que ‘es suyo’, o barriéndote con mirada burlona para que ‘no te creas mucho’.

La calle es una selva terrible, a tal grado que intenté opacarme, dejar de llamar la atención, engordar, ser casi invisible, fodonga, tapada para no 'provocar' la molestia de otros y otras. Si eres una mujer llamativa, aunque esa no sea tu intención, 'provocas'. Los hombres creen que estás en el mundo para complacerlos, las mujeres creen que estás en el mundo para “robarles a sus hombres”, y para ambos no pasas de ser una puta por verte simplemente... “femenina”.

¿Funcionó salir en pants y asumir rol de madrecita respetable? No del todo. Disminuye, pero no acaba. Es verdad, no todos los hombres voltean a verte con lujuria, ni todas las mujeres te ven con celos, pero no faltan. Lo que sí cambia, es que una se acostumbra a salir con miedo, protegida con el manto de invisibilidad que supuestamente da el no arreglarte mucho, y de todos modos, cuando han de chingar, te chingan.

 Admiro a esas mujeres que se visten como quieren, en un contexto como este, es muy arriesgado y sin embargo, lo logran: no están pendientes de las miradas lascivas, ya saben que las irán levantando por donde pasan y seguramente saben cómo defenderse. Me preocupan las que no, las que salen inocentemente sin ser conscientes de la suciedad de otros, y se sorprenden, y se espantan, y se tapan, y se culpan, y se avergüenzan...

Yo, aunque no lo crean, fui educada con mucho recato, algo que no es muy fácil cuando tienes unas medidas como las mías, que por mucho que quieras tapar, sobresalen. No fue hasta que comencé a hacer cabaret, e incluso burlesque, cuando fui consciente del cuerpo que tenía, antes sólo sabía que no me gustaba ser considerada sexy, hoy poco a poco asumo que sólo quiero serlo cuando yo lo quiera y con quien yo quiera. Porque soy sexy y me gusta serlo, pero no todo el tiempo y no con todo el mundo. Porque ser sexy equivale a ser mala o sucia en esta sociedad hipócrita.

También abrazando a mi hija por la calle nos han ofendido al creer que somos pareja, nos han visto y tratado con desprecio y repulsión, porque el amor femenino es indeseable, porque aunque se siga negando, cada vez hay más odio hacia las mujeres desde que nos atrevimos a ser lo que queremos y decir lo que sentimos. Se nos odia desde que nos atrevimos a hablar, a enojarnos en serio y a no estar dispuestas a tolerar más abusos. Se nos odia porque asumimos que no estamos aquí para ser admiradas como un poster en la pared, es decir, por nuestra imagen, sino por lo que somos como personas, buenas o malas, complejas, indescifrables, humanas.

Se nos odia desde que dijimos “ya estuvo”. Se nos odia por enaltecer nuestro poder femenino desde cualquier parte: desde la política del cuerpo, desde el descaro, desde el discurso argumentativo o la demostración de nuestra inteligencia, capacidades y fortaleza. A algunos hombres también les provoca envidia, y eso es real. Se nos llama feminazis, hembristas, se le da a la palabra feminista una connotación negativa e indeseable, casi como si fuera lo mismo que el machismo, cuando nada que ver.

Por eso se nos violenta más por todos lados, en los medios, en la calle, en los trabajos. Se nos ridiculiza y se nos minimiza hasta el punto que ya es muy fácil violarnos y matarnos, alguien siempre pensará que ‘nos lo buscamos’ por putas o por contestonas.

Me ofende, entristece y enfada ver un cuerpo desnudo de una mujer, exhibido todos los días junto al de un cadáver sangrante en por lo menos dos diarios de mi ciudad: el Metro y el Gráfico. Mujeres aparentemente felices, vestidas como prostitutas todos los días en la tele junto a hombres lujuriosos resaltando las características físicas de las mismas junto a su ‘utilidad’ sexual y supuesta bobería. Somos objetos, carne, sólo carne sin alma, y eso parece normal.

Se dice que en la Revolución Mexicana los caballos recibieron mejor trato que las mujeres, incluso siendo éstas una parte importantísima en las batallas, no sólo como cocineras y amantes, sino como estrategas y soldados. Así las cosas no han cambiado mucho, al contrario, han empeorado. Se nos considera inferiores a los animales, cuando éstos de por sí ya se tratan indignamente. Y si no me creen, vayan a Ecatepec, donde una palabra de mujer no vale nada, ni su integridad, ni su cuerpo: son desechables. Así en tantos paraísos del feminicidio, donde se les educa a los niños desde pequeños a asumir estos roles arcaicos.

Ya no más. Desde hace mucho: ¡Basta!

 Edúquense y entiendan que el machismo nos hace daño a todos, a los hombres también les limita y a todos nos hace peores personas, peor sociedad, peor país, peor gente.


1 comentario:

  1. Es encabronante saber que vivimos en un país donde a los infantes se les forma para ser agresivos, violentos, victimarios, salvajes. Todo desde los discursos de la iglesia, el romanticismo (ultra violento), la escuela, la televisión, el cine y, sobretodo, la familia.

    Más encabronante es que a las infantas se les eduque para ser trapeadoras (a propósito del Julión), lloronas, débiles, inútiles, sumisas, víctimas. Y sí, desde los discursos de las mismas instituciones.

    Aún más encabronante es que haya madres que fomenten estos roles. Que sufran en carne propia y reproduzcan los modelos con sus crío. Yo, por mi parte, trato de hacer la diferencia con mi retoño.

    Nos hace falta reformular la primera educación, la que se da en casa. Aunque los demás discursos no se cambien, con una correcta orientación desde el hogar se les puede ignorar sin problemas.

    Basta de violencia de género. A tod*s nos hace daño.

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