viernes, 30 de diciembre de 2011

El brassiere, feminismo y femineidad.



El sostén ha sido un símbolo muy importante en las mujeres: no sólo en su femineidad sino también en su feminismo.

El brassiere ha sido el centro de atención de las miradas tanto femeninas como masculinas, ya que el desarrollo de los senos es un tema que preocupa a la mayoría de las mujeres en tanto que es fuente de atracción sexual y objeto de autoestima.

Tener un busto prominente y llamativo es para las mujeres una prioridad por lo menos en imagen. Valores agregados como la simetría, la firmeza y el tamaño han venido a formar parte de todo un concepto fabricado de belleza femenina que pocos se atreven a cuestionar. Por ello, desde la invención del brassiere, hace más de un siglo atrás, e inclusive antes, con los incómodos corsettes que reducían la imagen de la cintura, las mujeres queremos lucir el busto.

El pecho femenino, podría decirse, es la zona más provocativa en el cuerpo de una mujer, es el fetiche universal de los hombres, incluso más allá del culo, las piernas o la cintura, más allá que la boca, el cabello o las pestañas; más que las manos y el ombligo, más que los zapatos de tacón. Las mamas son fuente de alimentación y de placer, son una zona altamente erógena, cargada de calor y de vida.

Es por eso que se ha vuelto una exigencia social el que la mujer posea un buen frente que presumir, contrario a la realidad de los cuerpos, que son tan diversos, que se vuelve falsa la idea de que sólo una mujer con senos abundantes sea capaz de dar y recibir placer erótico.

El tamaño de los senos causa en algunas mujeres un complejo equiparable al tamaño del pene en el hombre, a grado tal que la cirugía estética de busto, es de las más solicitadas tanto por hombres como por mujeres alrededor del mundo moderno, ya que es éste el primer rasgo a resaltar cuando se quiere parecer mujer o vivir como una de ellas.

Así pues, los brassieres están hechos idealmente no sólo para brindar soporte y comodidad al busto, de hecho hay algunos que resultan ser una verdadera tortura; sino también para ayudar a mejorar a que la imagen de las mujeres sea visiblemente más adaptada al estereotipo social predominante:

Mujer de busto grande= Mujer deseosa/dispuesta= Mujer deseable/fértil=Mujer exitosa

De este modo, el tamaño el busto, así como su firmeza, porte y grado de exhibición, vienen a relacionarse directamente con las posibilidades de éxito de la mujer que lo ostenta. De ahí que, con la invención del "Push Up Bra", sujetador que levanta y separa los pechos de modo que puedan verse alzados y estéticamente agradables a la vista, mujas mujeres en el mundo prefieren los sostenes con varillas y copas premoldeadas, sin importar que esto suponga un gasto mayor, anteponer su comodidad o bien, que suponga el uso de una especie de disfraz o de simulación artificial, como lo hizo en su momento el corsette que disminuía al menos visualmente el tamaño de la cintura.

Por este y otros motivos, en la década de los sesentas, con la primera liberación sexual femenina, inspiradas en gran medida por el libro de Simone de Beauvoir "Il Deuxieme Sexe", escrito en 1949, y en donde se sostenía la tesis de que "No se nace mujer, sino que se aprende a hacerlo"; muchas feministas se proclamaron en contra del uso de una prenda que impedía el crecimiento y caída naturales de los senos, exigiendo a la mujer sujetarse a un ideal propuesto desde la mirada masculina. Con esta idea, el sostén se convirtió en símbolo de represión hacia la mujer, y se hicieron públicas las quemas de brassieres como protesta hacia una sociedad patriarcal en donde la mujer quedaba reducida a mero objeto sexual y de esclavitud ante el hombre.

Las feministas más radicales optaron por renunciar a todo aquéllo que en el pasado hubiera podido considerarse como representativo de lo femenino: el maquillaje, la depilación de piernas y axilas principalmente, el cabello largo y los vestidos, entre otras cosas. Tal es el motivo por el cual muchas personas aún hoy, asocian al feminismo con el lesbianismo, pues las amantes de las mujeres encontraron en este movimiento una oportunidad para respaldar su preferencia, manifestarse y hacerse oír. Sin embargo la masculinización de la mujer no se circunscribió al uso de ropa más seria que no dejaba ver los atributos sexuales (labial, tacones, brassiere, falda), sino que, en el genuino afán por buscar la igualdad que por tanto tiempo les fue arrebatada, comenzaron a integrarse a carreras y oficios que anteriormente sólo parecían estar destinados a realizarse por un hombre. Lo mismo ocurrió con su forma de andar, de hablar y de relacionarse, a tal grado que la mujer se vio aprendiendo de los hombres aquéllas características que siempre había criticado: una férrea competencia entre sus congéneres, un alto grado de misoginia, oportunismo y placer por el poder.

La mujer se volvió castrante y machista. Si bien ya era predominante en las sociedades latinas su presencia como jefa de familia, y por ende, transmisora y perpetuadora de los modelos patriarcales; su trato desdeñoso hacia otras mujeres se consolidó y en algunos casos, se recrudeció.

Apuntaba ya que en los inicios del feminismo, todo era radical: una lucha fuerte contra las injusticias, la discriminación y el sexismo que de no haberse dado así, quizás no hubiera podido tener los alcances que ha tenido y que aún así, parecen pocos cuando la búsqueda por la equidad entre sexos se persigue desesperadamente, cuando de dos pasos que se avanzan, se retroceden otros tres, cuando el odio hacia lo femenino parece prevalecer velado por una cultura hipócrita y manipuladora.

Sin embargo en la década de los noventas surge una segunda oleada de liberación femenina: la mujer se siente orgullosa de ser mujer y ostenta su poder femenino a todo lo que da. Por eso ya no le avergüenza proclamar su simpatía por las causas de género a la misma vez que utiliza ropa coqueta, muestra el ombligo, se vuelve a dejar crecer el cabello, se coloca implantes y explota su sexualidad sin reservas.

Hoy vivimos una tercera oleada de feminismo, misma que apunta hacia la búsqueda de la naturalidad, el juego, la apertura de la mente hacia otras formas de vida. En la era de la comunicación prevalece la idea de aldea global, de la búsqueda por el respeto a la diversidad y la incesante lucha por la equidad de sexos, clases sociales y razas. Se busca creer desde nosotras mismas que somos igual de capaces que los hombres y que podemos amarlos y amarnos sin distinción. Esta tercera ola apunta por combinar la indignación, solidaridad y tenacidad de las primeras, con la audacia y orgullo de las segundas, para poder decir sin pena que podemos usar un brassiere push up si queremos, lo mismo que usar corbata y hablar sin tapujos de nuestros intereses, inquietudes y anhelos. Como un brassiere que aprieta un poco, pero que también levanta el orgullo de ser mujeres felices de serlo.


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